Prometeo robando el fuego a los dioses para regalarselo a los humanos. 
Imagen de Agi gjoshi, Wikimedia Commons.

Antes de iniciar la lección revisa el siguiente vídeo explicativo que te brindará un contexto sobre el tema que vamos a abordar.

¿Qué onda con la racionalidad?

La racionalidad trata sobre el proceso cognitivo por medio del cual nuestras acciones y creencias llegan a ser tenidas por racionales, es decir, trata de los medios o  métodos adecuados para justificarlas, tratando de establecer las condiciones bajo las cuales una determinada justificación es aceptada como válida.

Una de las más influyentes concepciones en torno de la racionalidad afirma que lo que podemos calificar como racional depende solamente de la correcta aplicación de un conjunto de reglas modeladas sobre la base de la lógica y la matemática. Esto significa que, para esta concepción, el uso adecuado de la razón se reduce a la forma de razonar en estas ciencias. La adopción de esta postura implica que lo que es entendido como racional se refiere solamente a la aplicación correcta de las reglas especificadas como definitorias de lo racional, dentro del ámbito de las ciencias formales, convirtiendo así al sujeto racional ideal en una máquina inferencial perfecta.

Este punto de vista en torno de la racionalidad ha sido denominado de muchas maneras, por distintos filósofos. Brown, por ejemplo, lo denomina como “el modelo clásico de racionalidad”. Mosterín, por su parte, lo llama “racionalidad derivada”. Nosotros aquí la denominaremos “racionalidad algorítmica”, dado que un algoritmo es una regla formal, la cual, correctamente aplicada, conduce a cualquier sujeto a la misma conclusión. Éste es el núcleo  de la concepción clásica de racionalidad desde Aristóteles, pasando por Descartes y llegando a su punto máximo con Rudolf Carnap y el denominado “Circulo de Viena” en los años 20`s del siglo pasado.

Ludwig Wittgenstein Imagen de Volsav, Wikimedia Commons.

Ludwig Wittgenstein escribió en 1921 el famoso Tractatus Logico-Philosophicus, una obra que influyó de forma fundamental en las concepciones del Círculo de Viena el cual se formó ese mismo año a propuesta del físico y filósofo alemán Moritz Schlick, quien había trabajado con Max Planck (uno de los fundadores de la física cuántica).

El libro de Wittgenstein del cual renegó años más tarde contenía una visión de la realidad basada en métodos lógicos y matemáticos para determinar que cosas tenían sentido y podían ser estudiadas por la ciencia y que cosas representaban un absurdo y deberían de ser rechazadas como objetos de estudio serio por parte de la ciencia. El circulo de Viena llevó a su lìmite las ideas de Wittgenstein y postularon lo que se llamó el “principio de verificación”, el cual decía que solo lo que podía ser estudiado por métodos empíricos (observacionales) y/o lógico – matemáticos tenía un estatus y podía ser considerado verdadero (o falso si era refutado), el resto serían consideradas especulaciones sin sentido.

A este respecto Brown (1988) nos menciona:

“Las reglas son el corazón de la concepción clásica de la racionalidad: si tenemos reglas que son aplicables universalmente, entonces todos los que comiencen con la misma información deben en efecto llegar a la misma conclusión, y esas reglas son las que proporcionan la conexión necesaria entre nuestro punto de partida y nuestra conclusión.”

La implicación más clara de la posición que hemos descrito anteriormente es que solamente hay una manera en que las creencias y acciones de un agente pueden ser tenidas por racionales, a saber: bajo la correcta aplicación de las reglas. Por otro lado, pero igualmente importante, es que esta postura implica que sólo hay una racionalidad, aquella que resulta de la aplicación de las reglas. Dado que, dentro del modelo clásico de racionalidad, estas reglas nos deben, normativamente hablando, garantizar resultados necesarios y universales, entonces, para cualesquiera individuos, si tales individuos son racionales, es decir, si aplican las reglas correctamente, todos ellos deben llegar siempre a los mismos resultados. Esto significa una visión absolutista de la racionalidad que presupone que lo racional conduce siempre a los mismos resultados, del modo análogo en que la adición 2+2 conduce siempre al mismo resultado.

Cuando este modelo de racionalidad se intenta aplicar normativamente para decidir entre lo racional y lo que no lo es, se enfrenta a ciertos problemas importantes, algunos de ellos de carácter formal y otros relacionados con la psicología del razonamiento.

En el plano formal, nos enfrentamos con el problema de la insensibilidad al contexto: dado que las reglas que rigen la normatividad de la racionalidad en este modelo son extraídas de la lógica y la matemática, la validez de los resultados que ofrecen depende sólo de la estructura formal del razonamiento, sin tomar en cuenta el contenido material de las proposiciones con las que está operando. Esta situación nos puede conducir a resultados que, intuitivamente, pueden ser cuestionados como racionales, pero que, sin embargo, dada la aplicación correcta de las reglas, tendrían que ser tenidos por racionales.

Un ejemplo de esto es el que sigue: la regla de la transitividad que seguramente conoces desde tus clases de algebra afirma lo siguiente, 

1) a = b

2)b = c

Por lo tanto: a = c

Por eso se llama de transitividad, ya que la propiedad que tiene a se transfiere a c por su igualdad con b que es el término común. 

En la lógica clásica, la regla de transitividad es equivalente al siguiente esquema de argumento llamado “silogismo hipotético”: 

1) Si ocurre a entonces ocurre b

2) Si ocurre b entonces ocurre c

Por lo tanto: si ocurre a entonces ocurre c

Esta regla es, hasta donde sabemos, válida en cualquier sistema lógico y matemático, y su conclusión es, a la vez, necesaria y universal, por lo que la aplicación correcta de esta regla garantiza la racionalidad de la conclusión de cualquiera de sus instancias, es decir de cualquier ejemplo que se construya con su apoyo; sin embargo, ¿llamaríamos racional a la conclusión del siguiente argumento sólo porque aplicamos correctamente esta regla?

1) Todas las aves vuelan

2) El avestruz es un ave

Por lo tanto: El avestruz vuela

En este caso la sola aplicación de la regla falla, ya que la conclusión es falsa. Una revisión más detallada nos revelaría que el error está en el punto 1 (premisa 1), ya que el enunciado es falso, no es verdad que todas las aves vuelen, sin embargo esto no afecta el punto que estamos discutiendo ya que el punto de vista de la racionalidad clásica se basa en las reglas, no en la revisión de cada enunciado particular y es justo ahí donde encontramos una falla importante que nos indica que la racionalidad va más allá de las reglas de un algoritmo y por lo tanto no se puede reducir a este ámbito.

El origen de todo esta situación es la cuestiòn de distinguir de forma clara y precisa lo que es conocimiento de lo que no lo es, y hasta el momento la definiciòn más aceptada y coherente del conocimiento sigue siendo la que Platón estableció hace más de 2500 años y que enuncia que el conocimiento es una creencia que resulta ser verdadera pero además está justificada. Esta idea de justificación es fundamental ya que es lo que se halla en la base del método científico y también en la de la racionalidad, pues si no existe una forma de justificar nuestras creencias ¿cómo podemos estar tan seguros de que son verdaderas? Por otra parte solo la ciencias empíricas y las matemáticas han tenido éxito en establecer metodologías que permitan clasificar sus hallazgos dentro de las categorías de lo verdadero y lo falso, en el resto de “saberes” o “formas de conocer el mundo” que no pertenecen a ninguno de estos ámbitos no existen tales metodologías y se sigue dependiendo de elementos difusos como lo son la “intuición” y/o la “revelación” como formas de distinguir lo verdadero de lo falso. 

A pesar de lo dicho anteriormente también debemos tener claro que el uso de metodologías como el propuesto por la idea de la racionalidad algorítmica no existe aislada del carácter, intereses e ideas de las personas y esto también es una realidad que debemos de tomar en cuenta para preguntarnos ¿Cómo funciona la racionalidad en la realidad? 

Robot Sofía. Imagen de Sikander, Wikimedia Commons.

Sofía es un ginoide con Inteligencia Artificial diseñado por Hanson Robotics. Fue activada el 19 de abril del 2015. A pesar de que se ha concebido para tener un aprendizaje adaptativo, su modelo de racionalidad sigue basándose en algoritmos que usan el Big Data para extraer conclusiones.

Mr. Spock de la serie de televisión Star Trek
Imagen de Ras67, Wikimedia Commons

Mr. Spock o Sr. Spock, es un peculiar personaje de la serie de televisión de los años 60`s Star Trek (viaje a las estrellas). Su origen se halla en el planeta vulcano y se distingue del resto de la tripulación humana de la nave interestelar en la que viaja por su modelo de racionalidad estrictamente basado en la lógica, lo que lo conduce a evitar los errores frecuentes en los seres humanos. Vemos aquí otro modelo de racionalidad algorítmica.

¿Qué aspectos intervienen en la racionalidad?

Ejemplo de algoritmo para computadora. 
Imagen de Truongdinhnhat, Wikimedia commons.

Un algoritmo es una secuencia de pasos o procedimientos que ejecutados de la manera adecuada conducen de forma inequívoca a un determinado resultado. 

Parte de la esencia de la definición de lo que es la racionalidad se basa en la identificación de lo racional con aquello que es lo adecuado hacer para conseguir un fin. A esta concepción de la racionalidad se le conoce como “racionalidad instrumental” así definida por el sociólogo alemán Max Weber. Desde luego no es la única racionalidad que se ha postulado, pero si es la que mayor impacto tiene a partir de los logros tecno-científicos desde la época de la ilustración y su relación con las metodologías científicas y matemáticas.

En este sentido, cualquier crítica o revisión al concepto de racionalidad tiene que comenzar necesariamente a partir de esta idea dado su importante papel histórico en el mundo actual.

En varios momentos de la historia se ha tratado de ver a la racionalidad como algo que distingue a los seres humanos del resto de los animales, pero esta es tan solo una visión romántica que tiene la especie humana para consigo misma. La racionalidad instrumental aparece en muchas especies si bien es verdad que en el ser humano esta se vuelve más compleja e involucra muchos otros aspectos que el simple logro de un objetivo, por ejemplo los valores morales, la previsión del futuro y la economía de recursos entre muchos otros.

Te invitamos a revisar el siguiente vídeo. Presta atención a lo que menciona Steven Pinker acerca de todos los elementos que se incluyen en el contexto de la racionalidad.

¿Es irracional no cumplir con las reglas de la racionalidad?

De algunos de los problemas que tienen que ver con los aspectos psicológicos del razonamiento, uno de los que nos interesa destacar es éste: dado que para el modelo algorítmico un agente i es racional en la medida en que aplica correctamente una regla sancionada, digamos G, ¿se sigue necesariamente que la aplicación incorrecta de G por parte de i lo hace irracional? El modelo clásico respondería con un lacónico sí, pues partiendo de su definición, sólo hay dos alternativas:  ser racional o ser irracional, pero bien podría tratarse de un falso dilema. Por ejemplo, ¿Qué pasa si la incorrecta aplicación de la regla fuese  un acto intencional y no un mero error de ejecución? 

Supongamos que un sujeto, en este caso, usara deliberadamente un argumento que involucre una falacia para obtener un cierto beneficio que conviene a sus intereses; su modelo de racionalidad, entonces, dependería de un enfoque utilitarista o instrumental, pero se desviaría del modelo algorítmico, y no por eso podríamos afirmar ipso facto que su acto fuera  irracional. Éste es sólo un caso posible de racionalidad divergente a la algorítmica, pero podría haber otros similares.

La racionalidad es un asunto humano, como dice Cherniak. El modelo algorítmico de razonamiento, extraído de la lógica y la matemática, va más allá de las capacidades computacionales y cognitivas del ser humano, haciéndolo inoperable para éste. Por otro lado, y como hemos adelantado, resulta, incluso, insuficiente para dar cuenta de muchas cosas que deben y pueden ser evaluadas de manera racional, pero que escapan a la rígida normatividad del modelo clásico.

No hay uniformidad en todos los usos de los términos relativos a la racionalidad; sin embargo, hay algo que permanece en todos ellos de manera constante: la idea de una clase de justificación basada en cierta capacidad reflexiva para fundamentar una creencia o un curso de acción. Lo que puede ser entendido en relación con el término “racional”, en todas las expresiones mencionadas, está vinculado con la exposición, de manera discursiva o dialógica, de las “razones”, en el sentido de que alguien tenga bases adecuadas en favor o en contra de una creencia o postura determinada, con la finalidad de que tales “razones” se conviertan en aval de la conclusión a defender.

Sin embargo, al momento de dar razones no existe una regla para determinar exactamente y de forma universal lo que distingue a las razones válidas de las no válidas esto va a depender mucho de quien explica la justificación, pero también de quien examina esa justificación como agente externo.

Esto nos ayuda también a comprender por qué en épocas anteriores la gente hubiera aceptado como racionales, cosas que hoy consideramos como inaceptables racionalmente, por ejemplo, en la época de las cruzadas se consideraba de fundamental importancia el preservar los lugares santos de la invasión de los “infieles”, es decir de los no cristianos. Para nosotros esto puede ser completamente irracional en el siglo XXI, pero en el siglo XI la gente estaba más preocupada por la salvación de sus almas que por cualquier otra cosa y la prioridad de los gobiernos y las autoridades era literalmente la de defender la fe.

Caballeros de las cruzadas divisando Jerusalén. 
Imagen de Micione, Wikimedia Commons.

La noción de racionalidad instrumental no se opone a esto que acabamos de decir, pues si lo que importa son los pasos para cumplir un fin (como en el caso de los algoritmos) y ese fin es la salvación de nuestras almas entonces lo que esta en duda son estos medios y su eficacia para lograr el objetivo y no el objetivo mismo. Por ello es que decimos que no basta con analizar los medios para dar cuenta de la racionalidad pues no podemos dejar a un lado aquello que motiva a buscar dichos medios, es decir las buenas razones para hacerlo. Pero encontrar esas buenas razones no depende de una regla, sino de una interpretación que puede variar de persona a persona y de época a época.

Imagen de Luis Miguel Angel Cano Padilla.

Es poco frecuente que en el día a día pensemos mucho acerca de lo que son buenas razones o malas razones para justificar una conclusión o una decisión. Por lo general asumimos ciertos “estándares” para aceptar que algo está justificado o no, por ejemplo, en nuestra época se ha aceptado que los métodos de la ciencia son una buena justificación, y por ello resulta común el escuchar a personas y compañías de publicidad hablar de lo “demostrado científicamente” como una razón suficiente para dar algo por cierto o verdadero.

El problema viene cuando, como hacía Sócrates con su método mayéutico, interrogamos a alguien acerca del significado que pueden tener esos conceptos u opiniones y poco a poco descubrimos que son más complicados de lo que se suponía en un inicio.

En el meme de la derecha la chica cuestiona una opinión que en muchos contextos hubiera resultado “natural” u “obvia”, pero que ella pone en tela de juicio porque no le resulta claro el significado de “comprobar” que está asumiendo el sujeto. Y en efecto este concepto o idea de “comprobar” no es universal, ni siquiera en el ámbito de la ciencia, ya que la radioastronomía no “comprueba” sus hipótesis de la misma forma en la que lo hace la entomología o el álgebra, sin embargo resulta más fuerte el cliché de que si lo dice “la ciencia” podemos asumir que es verdadero aún si no tenemos ni idea de a qué ciencia nos referimos o de qué significa comprobar algo.

La racionalidad no se puede circunscribir solamente a un conjunto de reglas rígidas porque simple y sencillamente depende de la interpretación que tengan los sujetos de los términos que se usan para justificar algo, pero estos términos se sitúan en la esfera del análisis, no en la de la simple aplicación de fórmulas preestablecidas.

Razón motivante y razón normativa

El correcto ejercicio de la razón implica “dar razones”, pero la inversa no es necesariamente verdadera; es decir, no es suficiente “dar razones” para que algo sea tenido por racional. Dar razones para algo, entonces, puede referirse simplemente a explicar ese algo, pero también puede referirse al acto de justificar ese algo. Sólo en este último sentido se puede hablar de la racionalidad de un curso de acción o de una creencia. Expongamos un ejemplo y luego veamos cómo se distingue la explicación de la justificación, retomando algo de lo que Jonathan Dancy dice al respecto.

Supongamos que alguien arrolla a otra persona por conducir en estado de ebriedad. Al ser confrontado, este individuo argumenta su inocencia dado su estado. ¿Justifica la ebriedad el acto? Desde luego que no lo hace, pero, en cambio, sí explica la errática conducta al volante del sujeto que lo cometió.

Explicar no es lo mismo que justificar

Explicar es, en este sentido, una forma de “dar razones” de algo o para algo, pero en un sentido muy laxo.

El concepto de “razón” en el ámbito de la explicación es, entonces, distinto al ya visto como “fundamento” que se presenta en una justificación. Jonathan Dancy llama a este concepto laxo “razón motivante”,es decir, algo a la luz de lo cual se dieron ciertos hechos, como, en nuestro ejemplo, la ebriedad y arrollar a alguien. En cambio, al concepto fuerte de “razón” como fundamento lo llama “normativo”.

Para Dancy, sólo las razones normativas justifican, ya que de ellas depende favorecer cierta creencia o acción. Un ejemplo de este tipo de razones podría ser aquél en donde un sujeto x mata a otro en “defensa propia”: alegar una defensa propia no sólo explica el hecho, sino que lo legitima, habla en su favor. Aquí no profundizaremos en los aspectos técnicos de esta importante distinción. Para nosotros, el aspecto fundamental de la distinción entre explicación y justificación es que en la primera se dan razones, pero en la segunda, estas razones deben ser “buenas razones”.

Es evidente que la racionalidad, en cualquiera de sus esferas, depende de buenas razones y no meramente de razones explicativas. Por ello mismo, cualquier intento por caracterizar a la racionalidad tiene como problema fundamental el de la justificación, es decir, indicar los criterios necesarios y suficientes para poder decidir en un contexto o situación dada si las razones para creer, actuar o evaluar algo, son buenas razones o no; de ello dependerá que algo pueda ser legítimamente calificado como racional.

La justificación como el problema central de la racionalidad

Ser racional presupone la facultad de “razonar”, pero también el razonar mismo en tanto actividad o, incluso, práctica. ¿De qué trata, entonces, ser racional? La racionalidad, como aquí la entendemos, es, en primera instancia, un atributo de la inteligencia que, desde los griegos, está asociada con el logos, con el lenguaje y con la capacidad de dar razones mediante la articulación de argumentos, ya sea para justificar una creencia o para justificar o explicar cierto modo de actuar.

En este sentido, la racionalidad está indefectiblemente ligada al lenguaje y, muy especialmente, a la argumentación, que es lo que Rescher llama, en el pasaje anterior, “especulaciones garantizadoras”. Mas la racionalidad no se limita a la capacidad de dar razones, esta capacidad es condición necesaria, pero no suficiente pues ya hemos dicho que las razones pueden explicar pero solo las buenas razones son capaces de justificar algo.

Esto enfoca el problema hacia la pregunta en torno de qué se pueden considerar como “buenas razones”. A esto le sigue una larga cadena de preguntas, todas ellas acuciantes, entre las que encontramos las siguientes:

  • ¿Quién decide cuáles son las buenas razones? 
  • ¿Cómo las reconocemos?
  • ¿Son las mismas para todos? 
  • ¿Son las mismas bajo cualquier contexto? 
  • ¿Son independientes del sujeto y de su marco conceptual o no? 

En suma: ¿hay un criterio para decidir o justificar cuáles son las buenas razones para creer, hacer o evaluar algo? Éste es, en esencia, el problema de la justificación de una creencia o una acción racional. Podemos, entonces, afirmar que son las buenas razones las que garantizan la racionalidad tanto de actos, como de creencias y de evaluaciones, y que, por lo tanto, el problema al que se enfrenta una adecuada caracterización de la racionalidad es cómo, sobre qué base, podemos concluir justificadamente que z es una buena razón para creer o hacer algo.

Ya hemos comentado que algunos filósofos, tomando como paradigma de racionalidad a la lógica y a la matemática, han pensado que sólo podemos arribar a estas “buenas razones” que buscamos, mediante la aplicación de un método específico, sancionado por las reglas vigentes en estas ciencias. Esta postura, como ya lo comentamos en la introducción, ha dado lugar a lo que Brown llama el modelo clásico de racionalidad, y al que nosotros hacemos referencia cuando hablamos del modelo algorítmico de racionalidad, pero también hemos llegado a la conclusión de que determinar que son buenas razones para justificar una creencia o decisión no dependen de reglas fijas y por lo tanto no cumplen con la caracterización que este modelo clásico hace de la racionalidad. 

El problema de la regresión al infinito

Ya hemos visto que la elección de “buenas razones” para justificar algo no puede depender de reglas fijas, como pretende la concepción clásica, ya que necesitamos apelar al contexto en el que estas “buenas razones” sirven como justificación para algo.

Matar a alguien es arrebatar la vida de una persona bajo cualquier motivo, sin embargo no es lo mismo asesinar a alguien a sangre fría por una venganza que matar a alguien en lo que se denomina jurídicamente como “defensa propia”, es decir cuando hemos sido atacados por alguien y al repeler su agresión el resultado es la muerte del agresor. 

Vemos en este ejemplo muy claramente el hecho de que el contexto sí importa al determinar cuál de los dos actos es racional y cual es irracional, y que no existe una regla universal para discriminar en estos casos

Sin embargo el modelo clásico de racionalidad tiene otro problema y es el siguiente: asumamos que como este modelo nos dice si existe un conjunto de reglas que son necesarias y suficientes para determinar qué creencias están justificadas y cuáles no lo están. La gran pregunta que se sigue en este caso es ¿y cómo se justifican estas reglas? Este problema nos conduce a una regresión al infinito ya que si las reglas no se pueden justificar a sí mismas, por lo que tienen que apelar a otras reglas para justificarse, pero al hacerlo estas segundas reglas que justifican a las primeras deben apelar a otras reglas distintas para justificarse y así podemos seguir al infinito.

Este no es un problema menor ya que nos dice que aún si el modelo de racionalidad tuviera razón en su hipótesis inicial, necesita justificar sus reglas por medio de otras reglas y ya vimos que eso no conduce a ninguna parte.

Ahora ¿esto significa que el modelo clásico está mal, es incorrecto?

La respuesta es que NO, simplemente que no considera en su definición a todos los elementos que intervienen o pueden intervenir en lo que llamamos la racionalidad. Ciertamente las reglas son el corazón de algunas ciencias como las matemáticas o algunas partes de la física y la química, sin embargo no lo son en todas y cada una de las ciencias y menos aún en otras áreas del conocimiento humano en el que los contextos son muy distintos. Incluso el denominado “método científico” si bien incluye principios generales que se pueden aplicar a todas las ciencias experimentales no es suficiente para determinar en cada una de ellas y en cada caso particular lo que son buenas razones o no para dar por demostrada una hipótesis o teoría 

Perspectivas ulteriores

Hemos llegado al final de esta lección y sin embargo seguramente tienes la sensación de que nos hemos quedado incompletos en algo, que no hemos logrado determinar lo que es la racionalidad y nos limitamos a criticar la, hasta ahora, noción más fuerte de racionalidad que ha tenido la época moderna.

Esta sensación es correcta ya que NO existe un modelo unívoco y universalidad de racionalidad que sea aceptado por todos, aún más cierto es que una ciencia tan reciente como la psicología cognitiva ha logrado derribar muchos mitos que se tenían acerca de lo que es ser o no ser racional, demostrando que las personas actuamos motivadas en una buena medida por lo que se llama sesgos, es decir por ciertos prejuicios, que en muchas ocasiones se ha demostrado que no son adquiridos sino que se producen por interacciones entre nuestra genética y nuestro medio ambiente.

En suma, la racionalidad es aún un objeto abierto de estudio y aunque en nuestro día a día podamos hablar de lo que es ser racional como si realmente lo supiéramos la verdad es que aún nos falta mucho camino por recorrer.

Actividad H5P

Instrucción para el alumno: ¡Es el momento de revisar lo aprendido!