Se da por hecho que el descubrimiento, conquista y colonización de América representaron una gran transformación para el mundo en su conjunto. El Nuevo Continente se convirtió en una fuente de abastecimiento de metales preciosos, que servirían para acuñar moneda, realizar transacciones comerciales y respaldar las actividades de crédito. Además, América (en particular los inmigrantes europeos) se convirtieron en consumidores de las mercancías que fluían desde Europa.
Pero no todas las naciones europeas se beneficiaron en la misma medida por este auge comercial. Para el caso de España, buena parte de la riqueza que entraba en sus arcas ya estaba comprometida de inicio. Las continuas guerras, la escasa capacidad productiva y el desprecio por el trabajo manual que caracterizaban a la nobleza española se traducían en deudas permanentes, principalmente contraídas con banqueros. Las riquezas que llegaban desde América se esfumaban rápidamente en el pago de deudas.
Cada vez que España emprendía un viaje, conquista o guerra, alguien financiaba y ganaba mucho dinero y poder económico, y quienes ganaron fueron las llamadas sociedades comerciales, que pusieron a disposición de la casa de los Austria (la dinastía reinante hasta el siglo XVIII) toda una infraestructura financiera y crediticia y por ello emitieron letras de cambio que cobraron fructíferamente.
Estas sociedades comerciales o bancas eran propiedad de personas ligadas a la nobleza, pero ellos no eran nobles, fueron siempre burgueses; sí, esos que a lo largo de estos dos siglos, incrementarían su poder económico a costa de las “aventuras” y guerras emprendidas por los monarcas, y que los banqueros cobraban con ganancias exorbitantes. En ocasiones obtuvieron la concesión de algunas propiedades que transformaron en empresas de hilados, tejidos, compañías comerciales, y una multiplicidad de empresas aparte de la banca; de ese modo, no estaban sujetos a los altibajos de una determinada área económica. Mientras una disminuía, las otras aumentaban. Mientras financiaban a un país para que alcanzara algún fin; financiaban a otro para que compitiera contra el primero. Tenían gran influencia económica y, de manera encubierta, podían incidir también en política.
Los reyes, bajo esta perspectiva, se ven como simples peones de un juego que desconocen, ¿no es así?
Los banqueros Schetz tuvieron las concesiones del azúcar en Brasil, a través de la deuda contratada por la corona de Portugal, es decir, el mismo esquema que el español. Los recursos provenientes de América estuvieron comprometidos desde ese momento y hasta inicio del siglo XIX. Las riquezas que provinieron de sus posesiones ultramarinas fueron a parar directamente a manos de sus acreedores que las invertían en diferentes rubros; ya sea concesiones en América o en las ciudades comerciales y productoras más poderosas de Europa.
Eso fue lo que sucedió tanto a España, como en menor medida a Portugal. Como suele decirse coloquialmente, todo se iba en pagar deudas.
Otros sí tuvieron ganancias por las colonizaciones española y portuguesa de América y África: mercaderes y banqueros de los Países Bajos, de las ciudades norteñas de la actual Alemania e Italia, de Inglaterra y Francia. Holanda, actualmente denominada Países Bajos, obtuvo ganancias importantes gracias al comercio que implementó con América y el resto del mundo, desde sus importantes puertos: Amberes, a donde llegaban las especias que serían vendidas después a toda Europa, y posteriormente Amsterdam.
Los comerciantes, productores y banqueros se enriquecieron a costa de la apropiación europea de América y África, así como por la esclavitud y semiesclavitud a la que sometieron a sus pobladores nativos; pero también porque pudieron explotar la mano de obra mestiza, conforme la sociedad colonial fue estabilizándose. Los recursos generados a partir de la colonización de América “alimentaron” el desarrollo de las manufacturas en Europa. Pero esto ocurrió a costa del despojo sufrido por las poblaciones originarias de América. Muchos lo perdieron todo, y fueron convertidos en súbditos de los europeos. Para explicar este tipo de situaciones, Marx acuñó el término acumulación originaria.
Marx definió el concepto con una metáfora: por un lado, imaginamos a un próspero representante de la burguesía. Puede ser un banquero, o un exitoso comerciante que posee en su haber varios bienes, o quizá un terrateniente. Del otro lado, imaginemos a un conjunto de personas hambrientas, desposeídas de todo medio de subsistencia; que, de hecho, no poseen más que su “pellejo”. ¿Cómo sobrevivirán entonces? Pues, vendiendo su fuerza de trabajo al mejor postor, o al más cercano quizá. Por ejemplo, a uno de esos prósperos burgueses que mencionamos al inicio.
Si bien esta situación parecería “normal”, la historia que hemos revisado hasta el momento muestra algo distinto. Durante la Edad Media, los siervos se encontraban atados a la tierra. No trabajaban a cambio de un salario, sino a cambio de la protección del señor feudal. El rey otorgaba un feudo a un noble que se convertía en su vasallo, y le retribuía prestándole servicio de hueste (es decir, servicio militar).
El salario representa que el productor directo (el campesino) se ha quedado sin nada. La tierra ha pasado definitivamente a ser propiedad privada de otros. El vínculo que antes se daba mediante la relación de servidumbre ya no existía. La acumulación originaria tiene que ver con esta situación: el productor directo es despojado de la tierra que antes le permitía subsistir, así fuera con poco. Será un hombre libre, ya no atado al feudo, pero un hombre sin posibilidades de subsistir. A menos, claro, que se convierta en asalariado. Nos dice Marx que:
“Las relaciones capitalistas presuponen el divorcio entre los obreros y la propiedad de las condiciones de realización del trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce en una escala cada vez mayor. Por tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad de las condiciones de su trabajo” Esto es, la acumulación originaria.
El trabajador será entonces libre pero estará despojado de todos los medios que le permitirían trabajar para su subsistencia. Estos medios serán acumulados por el burgués, quien estará en condiciones de comprar la fuerza de trabajo de otros en una transacción siempre inequitativa, pues el salario que se paga a los trabajadores nunca recompensa su trabajo que realizó, íntegramente, dado que el patrón debe obtener una ganancia a costa del trabajador.
La acumulación originaria es esta separación, esta desposesión que obligará a los campesinos a convertirse en asalariados. No es un proceso que se haya cumplido simultáneamente en todo el mundo, ni en toda Europa. En este último caso, recordemos que la crisis del feudalismo ocasionó, entre otras cosas, la huida de muchos campesinos hacia las ciudades, donde la servidumbre no existía en gran escala y se convirtieron en trabajadores asalariados.
El historiador Agustín Cué Cánovas sugiere que la conquista representó un momento importante de acumulación originaria: los anteriores habitantes fueron despojados de sus tierras y de otros medios de subsistencia, y fueron obligados a trabajar como súbditos de la Corona española.
Actividad H5P
Instrucción para el alumno: ¡Es el momento de revisar lo aprendido! Te invitamos a realizar la siguiente actividad para poner a prueba tus conocimientos.